viernes, 28 de enero de 2011

Mi cita favorita de "Tierra Tierra" de Sándor Márai

"...Malraux escribe en uno de sus libros -publicado en la época en que ya no era "el escritor favorito en la corte de De Gaulle, Su Majestad parvenu"- que el ser humano se muestra propenso a pensar, durante toda su vida, que guarda en su interior algún "gran secreto". Sin embargo, ésta es una gran equivocación: el ser humano no es "el Polo Norte, lo Secreto, lo Extraño" como afirmaba Ady, lamentándose, sino un puñado sucio o un montón miserable de secretos insignificantes. El ser humano intenta, durante toda su vida, salvaguardar y mantener en su interior esos secretos insignificantes, con un sentimiento de devoción fervorosa, crispada y demente, sin que ello tenga sentido alguno, puesto que acabará por descubrirse -en el momento de la muerte o incluso antes- que no había ningún gran secreto. Tan sólo teníamos secretos insignificantes, unos residuos que hubiésemos podido mostrar a los demás y que no valía la pena esconder"

lunes, 17 de enero de 2011

Spinetta le escribe poema a Cerati

Luis Alberto Spinetta
El cantautor argentino le escribió un  poema a Cerati que fue publicado el viernes en www.cerati.com

Dios Guardián Cristalino de guitarras / que ahora / más tristes / penden y esperan / de tus manos la palabra / Precipitándome a lo insondable / tus caricias me despiertan a la vez / en un mundo diferente al de recién... / Tu luz es muy fuerte / es iridiscente y altamente psicodélica / Te encuentro cuando el sol abre una hendija / que genera notas sobre la pared sombreada / Y suena tu música en la pantalla / sos el ángel inquieto que sobrevuela / la ciudad de la furia / Comprendemos todo / tu voz nos advierte la verdad / Tu voz más linda que nunca

Luis Alberto Spinetta

domingo, 16 de enero de 2011

"No me voy, ¡me quedo aquí!"

Ayer en la tarde cuando me dije que ya tenía que escribir esta entrada me di cuenta que al igual que aquel 15 de mayo, también era sábado. Han pasado ocho meses exactos desde que Gustavo Cerati se presentó en el campo de fútbol de la Universidad Simón Bolívar en Caracas.
La semana previa al concierto recuerdo que no fue una de las mejores. Me sentía sola y agobiada de trabajo, mi celular estaba dañado y presentía que había un problema en mi casa (que afortunadamente tuvo un final feliz), así que se me estaban quitando las ganas de ir.  No soy fan de los gentíos y cuando he ido a un concierto es porque me gusta mucho el que se presenta. MUCHO. Tanto como para estar de pie dos horas medio asfixiada en un bululú. También tengo que sentirme muy emocionada y en ese momento, ya me era indiferente ir o no. “Fuerza Natural” nada más lo había escuchado una vez y media porque me decepcionó (quizás un signo de que me creo expectativas muy altas respecto a todo). “Este tipo se está poniendo viejo” fue lo que pensé cuando unos meses antes me llegó el disco y empecé a saltarme una a una las canciones, preguntándome qué había pasado con el Cerati que en 1999 nos regaló un trabajo como “Bocanada” (el mejor que ha tenido como solista según mi opinión)
Tenía las entradas compradas desde dos meses antes. Ya era tarde para echarse atrás, así que me sacudí la flojera. Además, no lo veía en solitario desde 2002 cuando se presentó en el Teatro Teresa Carreño con “11 episodios sinfónicos”. Pregunté en el trabajo a dos compañeras que lo escuchaban si iban y si nos querían acompañar a un amigo y a mí. La respuesta fue: "nos encanta su música, pero no lo soportamos, es muy pedante. No vamos".  Es verdad, Cerati es pedante. Cómo no serlo si siendo casi un adolescente fundaste con otros dos amigos ese monstruo llamado Soda Stéreo, que vivió casi quince años y te llevó por varios países del mundo.  Que ha sido discutiblemente la banda de rock más importante que ha tenido Latinoamérica. Yo también sería pedante.
Fui y no me arrepentí (a diferencia de mis dos compañeras). Los que estuvieron ese día saben de qué hablo: el concierto desde que empezó hasta que terminó no tuvo desperdicio. Una vez más -a pesar de que sigo sosteniendo que “Fuerza Natural” no es la mejor muestra de su talento- me quité el sombrero ante su genio. Lo dio todo
Al día siguiente, cuando vi las noticias y empezaron a preguntarme incluso desde Maracaibo si era verdad que se había desmayado en pleno concierto, no entendí nada. Cuando por fin lo hice,  me molesté por el morbo que rodeaba las preguntas y por lo que creía que eran rumores. Además de eso,  las reseñas de la prensa se concentraron más en sus kilos de más que en la calidad musical del show (¿realmente importaba si había engordado? Tiene cincuenta y un años). Luego vino el shock cuando unas horas después me enteré de que se lo habían llevado en una ambulancia hasta el Centro Médico Docente La Trinidad, del que salió en junio rumbo a un centro de salud en Argentina.
El diagnóstico ya lo sabemos: accidente cerebro vascular. No se ha despertado y seguimos con la duda de si lo hará y cuáles pueden ser los daños. En el transcurso de estos ochos meses he visto como la prensa amarilla lo ha matado alrededor de diez veces, ha especulado sobre el pacto de silencio que existe dentro de su familia respecto a su condición y lo que realmente pasó esa madrugada.

Existe un puñado de gente que admiro y una de ellas es Gustavo Cerati. Desde que tengo doce años y escuché “De música ligera” por primera vez me enamoré, valga la redundancia, de su música y -como no- de él. Ya en la universidad, mientras mis compañeras y amigas  hablaban de cuál Backstreet Boy o N´Sync era su favorito, yo suspiraba por los ojos claros del Gus (qué cursi, lo sé), coleccionaba todo lo que salía en prensa sobre el ya extinto Soda Stéreo y deambulaba de discotienda en discotienda buscando sus discos.  Quería tocar la guitarra y escribir como él. Lo de la guitarra lo intenté dos veces y no funcionó, lo de escribir puede que esté a tiempo
El  primer concierto al que asistí en mi vida fue el de la gira "Bocanada" a finales de noviembre de 1999. Tenía veinte años y estaba en segundo año de la carrera.  Ese día disfruté junto a mis amigos más queridos de una ejecución impecable y del sarcasmo porteño de Cerati. No puedo olvidar aquel momento en el que dijo “Mirá cómo baila el flaco” y todos estallamos en risas. En 2002, cuando apareció vestido de Principito en "11 episodios sinfónicos" en el Teresa Carreño, casi me da algo. El tipo era perfecto. Tal ha sido mi fiebre todos estos años por Cerati y Soda que mi primo Juan Carlos Araujo llegó a decirme  una vez: "Creo que tienes cosas de Soda que ni ellos mismos saben que existen". Por eso fue que a finales de 2007, cuando el grupo visitó Caracas con motivo de la gira "Me verás volver", no me importó que mi entonces jefe me dejara hasta tarde en la oficina ni tener que irme sola hasta La Rinconada. Era capaz de hacer cualquier cosa por verlos y de hecho, lo hice. Ahora me acuerdo y me digo que estaba loca porque también me pudo pasar "cualquier cosa". 

Es difícil imaginarme un instante de estos quince años en el que  Soda Stéreo o Cerati no haya estado presente de alguna forma. Desde “Sueño Stéreo” y el Unplugged -que encontré en Dallas y fueron mis acompañantes durante mi tiempo en Estados Unidos- hasta los dos cd´s de la gira “Me verás volver”, puedo recordar qué pasaba en mi vida cuando compré o me regalaron cada uno de los discos. Curiosamente no fui totalmente consciente de esto hasta que eché en falta los que no me pude traer en mi mudanza. Ya vendrán en el próximo viaje. Esas canciones son el soundtrack de mi vida.

Me parece increíble e inimaginable  que Gus no nos pueda regalar más música, es algo que no puedo aceptar. La vida sin ella es muy aburrida y gris, más sin sus letras (poemas mil veces mejores que muchos que he leído por allí) y esos acordes de guitarra que te sacuden y te mueven el piso.  Sé que está muy delicado, que puede que no despierte o si lo hace,  tenga limitaciones físicas y mentales. Sin embargo, dentro de mí todavía existe la esperanza de que un momento a otro nos lleguen buenas noticias. Gus nos debe aún su mejor trabajo y el concierto de Caracas no puede ser el último…
Repite conmigo, Gustavo: “No me voy, ¡me quedó aquí!”

lunes, 3 de enero de 2011

Empezando...

Hace mucho tiempo que quería empezar un blog, pero siempre salía con la excusa de que "estaba muy ocupada”.  Le echaba la culpa a mi absorbente trabajo y al estrés que origina vivir en una ciudad como Caracas. Hace unos meses las excusas se me acabaron: renuncié a mi trabajo, me fui del país y llevo una vida más “tranquila”.
También hace unos meses terminé de leerme las  memorias del escritor húngaro Sándor Márai. En la primera parte,  titulada “Confesiones de un burgués”, el autor  cuenta cómo desde niño “jugó a escribir” y que ya siendo un adulto joven podía estar sentado horas y horas en un café sin que nada saliera, pero siempre estaba absorbiendo y tratando de entender la realidad que lo rodeaba. A los dieciocho años publicó su primer libro de poesía y poco a poco fue forjando una carrera que a mi juicio, tardó mucho en ser reconocida. “El que necesita gritar algo, escribe” dice Márai en algún punto de su narración. Y no puedo estar más de acuerdo con esta premisa.
No quiero extenderme mucho sobre la vida de Márai, seguramente lo haré en próximas entradas, pues su obra me tiene obsesionada (Actualmente estoy leyendo “El último encuentro”). Sin embargo tengo que decir que una de las cosas que más me llamó la atención de “Confesiones de un burgués”  es que el autor tenía una relación con la escritura muy parecida a la mía, pues desde niña “jugué” a escribir.  Ojo, no me estoy comparando con él, sería insultarlo. En mi caso, lo que empezó con algunos cuentos y poemas escritos desde que tenía nueve años llegó a su ocaso con la publicación de los cuatro números de un boletín bimensual para la escuela de Ciencias Sociales en el tercer año de mi carrera universitaria.
Después de eso, hasta dejé de llevar diarios. Me “distraje” con la sociología y otros eventos personales. Me mantuve en la periferia leyendo lo que se me atravesara, haciendo una tesis de grado en la que tuve que aprender sobre literatura venezolana, yendo a eventos sobre literatura cada vez que tenía chance, aceptando un cargo como periodista (sí, leyeron bien) en una empresa de Comunicaciones Corporativas y en un proyecto que nunca vio la luz. En fin, observando desde las gradas sin participar en el juego.
Ahora que veo las cosas en retrospectiva me doy cuenta de que este proceso de “no-escritura” no tuvo que ver con mi compromiso por la sociología, las responsabilidades que pudiese tener, o el agobio del momento, sino por miedo a que mi voz no fuera lo suficientemente fuerte. Tenía la habitación propia y los recursos, pero no estaba segura de ser lo suficientemente buena  (sigo sin saberlo). Lo que sí es que tengo varias cosas que decir y creo que éste puede ser el espacio para hacerlo. Tampoco quiero seguir esperando para decirlo
¿Por qué “Talk a lot”? Porque  los que me conocen bien saben que hablo mucho. Además,  porque seguramente no voy a hablar sólo de  libros,  sino de sociología, de lo que ocurre en Venezuela, el postgrado, la última película que vi o mis músicos favoritos. Puede que este blog incluso termine convirtiéndose en varios, uno dedicado a un tema distinto. Quién sabe
El punto es que no quiero seguir en la periferia  siendo espectadora pasiva de lo que para mí ya no es un “hobbie” sino una forma de vida que respiro todos los días desde que me acuerdo: la literatura. Aunque nunca publique la “gran novela venezolana”, no quiero seguir callando.